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Extracto:Una bailarina se mueve sobre un tablao flamenco en Madrid zapateando a velocidad de vértigo, mientras en una ciudad catalana un hombre corpulento con una camisa roja descolorida ayuda a anclar una torre humana de siete alturas c
MADRID (Reuters) - Una bailarina se mueve sobre un tablao flamenco en Madrid zapateando a velocidad de vértigo, mientras en una ciudad catalana un hombre corpulento con una camisa roja descolorida ayuda a anclar una torre humana de siete alturas coronada por una niña pequeña.
Mariana Collado y David Tarrats, guardianes de la herencia cultural de España, ven el futuro con cierta incertidumbre, a pocos días de unas elecciones generales de resultado incierto en el país.
Collado, es originaria del sur de España, el corazón del flamenco, pero trabaja en la capital. No tiene tiempo para el extremismo político (un partido de extrema derecha entrará en el Congreso el domingo por primera vez en décadas) y cree que el próximo gobierno debería priorizar las artes.
“La vida está llena de una maravillosa gama de colores diferentes y creo que los extremos no son nada buenos”, dijo a Reuters.
“... Me temo que la cultura podría desaparecer, porque la cultura es lo primero de lo que se deshacen cuando no hay dinero en el país”.
Tarrats, de Vic, al oeste de Barcelona, usa su cuerpo como un bloque de construcción para perpetuar los “castells”, una tradición catalana de 200 años de antigüedad que consiste en construir torres humanas basándose en habilidad, fuerza y, sobre todo, confianza.
Una confianza que, como independentista, no tiene en los políticos.
“Votaré por alguien que defienda la independencia de Cataluña, mis derechos (y) mi idioma, pero será complicado porque (...) los políticos solo quieren defender su sillón”, dijo.
En el área rural del sur de España, gradualmente despoblado, un productor de aceite de oliva, un producto típico de la región, también se siente en gran medida abandonado por los políticos.
La caída de los precios mayoristas significa que a Agustín Perea, del pueblo andaluz de El Burgo, le cuesta cada vez más ganarse la vida y teme por la próxima generación.
“Hay muchos jóvenes a los que les gusta la agricultura, pero no pueden trabajar en este sector porque exige una inversión considerable”, dijo.
“... (El Gobierno) tiene que ayudarnos un poco, de lo contrario (estos) pueblos pequeños se van a vaciar”.
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